viernes, 29 de mayo de 2015

TRABAJAR LA IGUALDAD DE GÉNERO PARA PREVENIR LA VIOLENCIA MACHISTA: UN CAMBIO DE MIRADA.


Hace tiempo que no tenemos a ninguna persona invitada en el blog, pero  hoy contamos con una entrada especial de María López González, asesoría de Atención a la Diversidad del  Centro de Profesorado de Cantabria, a quien le pedí hace tiempo su colaboración en el blog. Sé que es una entrada bastante extensa, pero merece la pena leerla  con detenimiento. Refuerza algunas de las cosas de las que  se han escrito en el blog.
Os dejo con ella

Cada año, sigue habiendo un número elevado de denuncias por malos tratos, de mujeres muertas a manos de hombres con las que mantienen o han mantenido algún tipo de relación, ya sea de índole sentimental o sexual, de mujeres que sufren en sus casas sin atreverse a denunciar… La cifra no disminuye, las cosas no mejoran. Nada es casualidad.
En todas las leyes, y como no podía ser de otra manera, también en las de carácter educativo, encontramos reflejada la igualdad entre hombres y mujeres como aspecto prioritario. No entraremos aquí a debatir si eso se traduce en acciones concretas, si éstas se planifican adecuadamente o si realmente se les otorga la importancia que se proclama. Tampoco toca hoy hablar acerca de la dotación de recursos (formativos, económicos, horarios…) de los que disponen los centros educativos para trabajar esta cuestión, no trataremos de evaluar si esos apoyos son los necesarios. No es ése el tema de esta pequeña reflexión. Simplemente, hablaremos acerca de la importancia de trabajar la Igualdad de Género. Algo tan simple y a la vez tan complejo. 
A menudo, comenzamos a ser conscientes de las relaciones poco igualitarias cuando los jóvenes llegan al instituto, entran en la adolescencia y se inician en sus primeras relaciones de pareja. A través de la profundización con ellos sobre este tema, a menudo descubrimos que sus pautas de relación continúan manteniendo preocupantes patrones de dominio-sumisión, agresiones, faltas de respeto, exceso de control, etc. Y al mismo tiempo, nos damos cuenta de que todo eso se produce sin que, en la mayoría de las ocasiones, las víctimas sean conscientes de que eso está ocurriendo, de que eso es violencia machista y de que es la antesala de ese maltrato que sí son capaces de identificar como tal, pero del que cuesta mucho más lograr escapar por los propios mecanismos por los que se produce.
No hay duda sobre este tema, como no la hay sobre el hecho de que, si pretendemos cambiar las cosas, debemos hacer algo diferente. Por ello, en los centros, gracias al trabajo de los Representantes de Igualdad, gracias a padres, profesores, alumnos y otros miembros de la comunidad, se están poniendo en marcha diversas iniciativas en los últimos años cuyo objetivo es ayudar a romper esas desigualdades que están en la base del problema. Y es entonces cuando en los colegios, en los institutos, comienza a utilizarse un lenguaje más igualitario, comienzan a analizarse los documentos del centro, a evaluarse las lecturas empleadas en clase, a cuestionarse los cuentos clásicos, el mito del amor romántico, la desigual distribución de tareas en el hogar…
Es cierto que todo esto ayuda, fundamentalmente porque inicia una sensibilización que lleva a ver la realidad con otros ojos, con perspectiva de género. Porque gracias a este trabajo percibimos antes las desigualdades y luchamos contra ellas con más fuerza y convencimiento. Sin embargo, cada año, sigue habiendo mujeres que sufren o incluso mueren por culpa de la violencia machista. Todo el trabajo realizado es positivo, pero estos datos nos indican que quizá haga falta un cambio de enfoque para lograr producir un punto de inflexión, un cambio real y un avance hacia una sociedad verdaderamente igualitaria que sea capaz de erradicar la violencia machista.
Nadie puede ser imparcial y nadie puede quedar al margen. No se trata de víctimas y agresores, sino que es una cuestión de todos, de toda la sociedad y de todas las ciudadanas y ciudadanos. Tampoco se trata de un tipo de violencia que comienza en la adolescencia con las primeras relaciones, sino que es una cuestión cultural que vamos transmitiendo desde el mismo momento de nacer, y que en la adolescencia, por las propias características evolutivas de la edad, comienza su manifestación del modo más evidente. No podemos excluir a los hombres del trabajo por la igualdad, porque son parte del problema. Y lo son, independientemente de si son hombres opresores o son hombres igualitarios. Del mismo modo que todas las mujeres forman parte de esta cuestión también, aunque sólo algunas de ellas sean víctimas de sólo algunos hombres. Todos estamos implicados. Nada cambiará si cerramos los ojos a esta realidad y no hacemos algo diferente como sociedad. Como sociedad que crea el problema.
Estudios recientes arrojan interesantes informaciones acerca de la influencia en la violencia machista del deseo que despiertan los “chicos malos” en las chicas. Estas mismas investigaciones demuestran que no existe un determinismo biológico hacia ese deseo, sino que es un aspecto estrictamente cultural. Es un deseo en el que han sido socializadas, recibiendo influencias de la sociedad convencional desde el momento mismo de su nacimiento. Y aquí, probablemente, encontramos el motivo por el que, a pesar de invertir esfuerzos en trabajar sobre la desigualdad, las cifras no son alentadoras. Puede que la causa esté tan arraigada en nuestra identidad cultural y social que no nos resulte sencillo verla. Pero la conclusión que podemos sacar es que nuestro objetivo deberá ser trabajar para cambiar esa cultura del deseo, y hacerlo desde que un bebé nace, desde que comienza a socializarse. Cambiar las cosas no es fácil pero, afortunadamente, sabemos que es mucho más sencillo cambiar un aspecto cultural, modificable en sí mismo, que un rasgo biológico, así que estamos de enhorabuena.
Gracias a estas investigaciones sabemos que no reduciremos la violencia de género mientras las chicas sigan deseando a ese “chico malo” que aparece en libros, películas, series, revistas… No lo haremos mientras los “chicos buenos”, esos que son igualitarios, esos que podemos englobar en lo que se ha venido a llamar nuevas masculinidades, no sean objeto de deseo y carezcan de atractivo para sus compañeras. Y al final de todo, como sustrato psicológico, encontramos un puntal sobre el que deberíamos construir la educación de nuestros chicos y chicas, ya sea en casa o en el colegio: la autoestima.
Las conductas opresoras de los chicos deseados no son más que una muestra de su necesidad de sentirse aceptados. Su seguridad está fuertemente fijada a esa capacidad de despertar la admiración en los demás a través de sus conductas, lo cual es un claro signo de que existe una carencia en su seguridad personal. Su sensación de valía personal proviene de “lo que hacen” y no de “lo que son” (de lo que sienten que son). Los chicos buenos, por otra parte, tampoco se sienten seguros, conocedores de que no son percibidos como atractivos, que jamás despertarán tanto deseo como esos otros compañeros, ni serán tan populares y admirados. Las chicas víctimas o potenciales víctimas tienen mayor probabilidad de serlo, e incluso de serlo en varias relaciones porque su autoestima también está dañada. Su inseguridad es la que les lleva a iniciar relaciones desiguales, opresoras, e incluso a repetir este patrón.
Por el contrario, una buena autoestima es la principal arma contra el machismo. La seguridad en uno mismo es la mejor prevención de cara a ser víctima y a ser agresor. Trabajar la seguridad de los chicos y las chicas desde el inicio mismo de la vida es la mejor inversión preventiva. Es la mejor garantía de que los chicos igualitarios se sentirán seguros y fuertes para defender sus ideas sin sentirse menospreciados, es la mejor garantía de que esa seguridad y valentía se convertirá en el mayor de los atractivos desde el punto de vista de las chicas y es la mejor garantía de que los “chicos malos”, esos que antes tenían éxito porque aparentaban una falsa seguridad, se vean en la necesidad de buscar otros comportamientos para ser aceptados, buscando el camino de la igualdad. 
Es un tema complejo, quizá suponga un cambio de visión sobre lo que normalmente solemos leer y escuchar sobre igualdad, pero gracias a la ciencia vamos teniendo cada vez más evidencias que nos hacen ser optimistas. Ahora sabemos que los esfuerzos no son en vano, sino que hay que completar lo que ya se viene haciendo en los centros con un cambio de visión, que de integrarse en las aulas y en la sociedad, prevendrá no solamente la violencia de género, sino cualquier forma de violencia y discriminación.
Se ha estudiado mucho sobre la autoestima, existen numerosas investigaciones que explican las bases cerebrales que la sustentan, así como su influencia en las conductas. En el campo de la neurociencia sabemos que esos comportamientos propios de los “chicos malos” tienen su origen en el sistema límbico, en la parte emocional de nuestro cerebro, a través de la excesiva  activación de una parte del mismo denominada amígdala, que reacciona  poniendo en marcha conductas de defensa exageradas e incongruentes con lo socialmente esperable. La causa de esa excesiva sensibilidad de la amígdala se encuentra un dolor emocional intenso derivado de una baja autoestima y falta de seguridad personal.
Por lo tanto, y siendo así las cosas, parece evidente cuál es el camino a explorar. Centrar nuestros esfuerzos en mejorar la autoestima y seguridad de nuestros hijos e hijas, de nuestro alumnado, sólo puede aportar beneficios vitales. Implica hacer cambios, dejarles tomar decisiones, apoyarles incondicionalmente, dejar de asumir las responsabilidades que les pertenecen a ellos… Pero la causa merece el esfuerzo, sin duda, porque una sociedad segura y verdaderamente igualitaria es, además de una fuente de tranquilidad y felicidad, una sociedad que avanza, al considerar a todos sus activos por igual, recogiendo las aportaciones de todos… y de todas. 
Hoy es un buen momento para empezar un cambio de mirada. 

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